Fue el 6 de junio de 2023. Cuando nadie lo esperaba, en medio de un secretismo tal que ni siquiera los jugadores se enteraron hasta el comunicado público, los circuitos americano (PGA Tour), europeo (DP World Tour) y el Fondo de Inversión Pública saudí (PIF), organismo que regula la rompedora Liga LIV, anunciaron un acuerdo de paz para poner fin a la guerra civil que desde hace años ha partido el deporte en dos y para crear un gran circuito mundial con todas las estrellas. Ha pasado más de un año desde entonces y de paz, nada de nada. Siguen las conversaciones, siguen las reuniones, intermedia hasta Tiger Woods como anfitrión… y nada. Las dos partes mueven mientras tanto sus piezas en el gran tablero de ajedrez. LIV rompió la banca al convencer a Jon Rahm con el contrato más jugoso firmado nunca por un deportista español, unos 500 millones de dólares por borrar su palabras y cambiar de camiseta; fue a finales de diciembre y pocos días después el PGA Tour contraatacó con una alianza con el grupo Strategic Sports Group (SSG), un consorcio de inversores que inyectará 3.000 millones en sus arcas.
En el fuego cruzado, las figuras mundiales compiten separadas por un océano. Los golfistas de LIV se alistan en sus competiciones de tres días sin corte y con música de fondo: Rahm, Cameron Smith, Sergio García, DeChambeau, Koepka… Los fieles al PGA Tour prosiguen por el camino tradicional, aunque más ricos que nunca porque el dinero se combate con dinero y el circuito estadounidense ha elevado los premios económicos hasta el cielo: Scheffler, McIlroy, Schauffele… Ese es el panorama del golf actual, un deporte con más salud y músculo que nunca, pero también más dividido que en otras épocas. Y en ese escenario los cuatro grandes de la temporada son la única pasarela en la que coinciden los mejores del mundo. Con algún roce de por medio, como admitió Jon Rahm en el pasado Masters de Augusta tras su marcha al enemigo: “Alguno no me mira a la cara”.
El US Open que se celebró esta semana pasada fue otro capítulo de esta guerra. Con una batalla final a la altura del prestigio del torneo, del cheque en juego, el más alto en la historia de los grandes (4,3 millones para el ganador) y del simbolismo que representó el duelo entre Bryson DeChambeau y Rory McIlroy. El estadounidense, de 30 años, es un hombre LIV, seguramente quien mejor se ha desempeñado en los majors entre sus colegas de formación. El norirlandés, de 35, ha sido el gran estandarte del PGA en el conflicto, un altavoz que con el tiempo ha bajado de decibelios para intentar, como Rahm, buscar un punto de encuentro. En Pinehurst no solo estaba en juego una copa, sino una victoria simbólica para uno u otro bando en estos tiempos de negociaciones. El partido en los despachos es tan duro como en el green.
Ganó DeChambeau (-6), ganó la Liga saudí, y la derrota no pudo ser más dramática para Rory McIlroy (-5). El europeo cometió tres bogeys en los cuatro últimos hoyos fallando por el camino dos putts de metro y medio, y mandando a la basura la opción de ganar su quinto grande 10 años después del último (desde entonces ha coleccionado 21 puestos entre los 10 mejores en las mayores citas). Para DeChambeau fue su segundo grande, su segundo US Open, y el segundo gran laurel que conquista un golfista de LIV tras el PGA de Koepka en 2023. Curioso: el nuevo héroe americano derrotó al equipo local y lo celebró, señalando al cielo, con un homenaje al legendario Payne Stewart. Gloria para el científico que pesa y mide cada aspecto del juego como si fuera matemáticas y drama para Rory, que ya estaba subido en el avión mientras el campeón atendía a la prensa. Sergio García fue 12º con +1, su mejor puesto en un grande desde su Masters de 2017, y David Puig bajó al 55º puesto con +11 pero con el billete olímpico. Los dos españoles son compañeros de equipo en LIV, el otro vencedor de este US Open.
Clasificación final del US Open.
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